Desde el jueves pasado ya no es delito ser infiel., después de más de 60 años corriendo el riesgo de pudrirse en la cárcel. 60 años, señoras y señores, significan varias generaciones creciendo con el miedo en el cuerpo. Un terror que te puede llevar a odiar a tu propio cónyuge.
Parece que la ley nació para defender a la mujer económicamente dependiente de su marido. Así que a pesar de los cuernos, no podía darle con la puerta en las narices. Y esto, reconozcámoslo, es un drama. Pero un drama debía ser también la situación del hombre infiel, chantajeado por la amante, que podía exigir los mismos derechos que la mujer, bajo la amenaza de largarlo todo.
A veces la intimidad es tan compleja que hace falta una toga para lidiar el desacuerdo, pero las cosas son tan distintas desde fuera que pocas veces es justa la sentencia que ordena o desordena amor y desamor. Pero en fin. No hay otra. Los seres humanos no hemos sabido caminar solos. Ni dialogar en paz. Los acusados quedan libres. Y libres se enfrentan a su camino. Sin nadie que les diga dónde está ese límite que no debe cruzar. Porque se trata de eso. De la propia responsabilidad. De asumir retos. Y de afrontar los abismos desde tu parcela. Parece mentira, pero hay otros países de Asia Oriental que siguen castigando la práctica sexual extra matrimonial con penas de cárcel. Como cualquier orientación sexual que no sea la esperada. Liberada Corea del Sur, nos queda mucho por andar.
Los invito a que comenten sobre este tema tan interesante.
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